El ejercicio de la arquitectura —la creación de los proyectos que se convierten luego en edificaciones— ha entrado de lleno, a partir de depurados procesos industriales y comerciales, en un ambiente mercantil donde su comportamiento es igual al de una multitud de otros satisfactores más, algunos de ellos indispensables y algunos otros más bien superfluos. Es innegable que al día de hoy tanto su venta como sus beneficios, pasando por su imagen y mercadotecnia, son los factores dominantes que la hacen posible. Particularmente, asuntos como la factibilidad económica y el retorno de inversión son una marcada influencia en cualquier parte del mundo desarrollado para que se produzcan ejemplares arquitectónicos que respondan a las exigencias de su momento histórico.
Sin embargo, la definición de “problema arquitectónico” difiere conceptualmente de las condiciones de ese ambiente comercial donde se mueve la arquitectura de hoy. Un problema arquitectónico es la necesidad de un habitante o grupo de habitantes de ver satisfecho el hábitat donde desarrollar actividades inherentes a su desarrollo humano, llámense actividades cotidianas vitales (casa), trabajo o gestiones laborales (oficinas, comercios), actividades culturales y sociales (escuelas, bibliotecas, etc.), recreación y ocio (teatros, centros de entretenimiento), salud (clínicas, hospitales, etc.), de transporte (estaciones de tren y metro, aeropuertos), turismo (hoteles), etc. Y aunque no se puede negar la estrecha relación entre estos edificios con la estructura económica de la sociedad, la diferencia está en que, como se ha puntualizado arriba, se trata aquí de las necesidades de habitación propias del ser humano —la habitabilidad— y no sólo de las fuerzas de los mercados y/o intereses creados.
Para los estudiantes de arquitectura de hoy, el destino cuando lleguen a ser profesionales es encontrarse capacitados para diseñar eficientemente edificios que a su vez sean eficientes y convenientes, dentro de un entorno de competencia si no ya entre arquitectos, sí entre promotores de inmuebles e inversionistas que son quienes al final consiguen la posibilidad de colocar los proyectos. Entonces, los estudiantes miran más por la demanda de “la sociedad” en términos de consumo, lo cual, además de no siempre resultar un reflejo de la realidad, diluye el perfil real de los verdaderos usuarios y beneficiarios de los edificios. Es el equivalente a un estudiante de medicina que se moviera de acuerdo a las tendencias marcadas por los mensajes mediáticos respecto a las características anatómicas deseables del individuo que está de moda; por ejemplo la silueta del cuerpo, la forma de la nariz, el vello en determinadas partes del cuerpo, etc., y dejara de lado los padecimientos reales de salud, que nunca faltan.
En el caso de la medicina moderna, afortunadamente, es el diagnóstico lo que ha marcado su razón de ser. Todo se mueve a partir de un estudio serio de las condiciones patológicas de un problema médico y las soluciones que aparecen lo hacen siempre alrededor de ese diagnóstico. En ocasiones las circunstancias son confusas y el diagnóstico tiene que modificarse de acuerdo a determinados factores cambiantes, pero lo que prevalece es la idea de fijar una identificación clara del problema, un diagnóstico confiable.
Sería muy adecuado que en arquitectura también se hablara seriamente del diagnóstico. De la identificación de problemas reales y concretos en sus adecuadas dimensiones. De la existencia de muchos casos que se quedan sin resolver por aparente falta de necesidad o apremio, mientras se discuten y consumen cantidades ingentes de recursos humanos y materiales en planteamientos superfluos o especulativos, tanto de iniciativa y financiamiento público como privado.
Sería muy bueno que los estudiantes de arquitectura conocieran de cerca la realidad del usuario de espacios arquitectónicos y sus condiciones (habitabilidad) y no sólo las condiciones de los mercados, las tendencias de moda, las innovaciones estéticas y de vanguardia, la alta tecnología, la arquitectura de autor, las estrategias políticas, la industria de la construcción, la promoción inmobiliaria, la colocación de créditos hipotecarios, etc. No se niega la existencia de estos últimos, pero el verdadero ejercicio profesional del arquitecto, la actividad vocacional con sentido humano, vienen más bien de conocer al destinatario de los proyectos. En definitiva, optar por introducir un verdadero diagnóstico en los estudios universitarios de arquitectura es abrir el camino para que los estudiantes encuentren su lugar de una forma más firme en la práctica verdaderamente ética de su profesión.
Sin embargo, la definición de “problema arquitectónico” difiere conceptualmente de las condiciones de ese ambiente comercial donde se mueve la arquitectura de hoy. Un problema arquitectónico es la necesidad de un habitante o grupo de habitantes de ver satisfecho el hábitat donde desarrollar actividades inherentes a su desarrollo humano, llámense actividades cotidianas vitales (casa), trabajo o gestiones laborales (oficinas, comercios), actividades culturales y sociales (escuelas, bibliotecas, etc.), recreación y ocio (teatros, centros de entretenimiento), salud (clínicas, hospitales, etc.), de transporte (estaciones de tren y metro, aeropuertos), turismo (hoteles), etc. Y aunque no se puede negar la estrecha relación entre estos edificios con la estructura económica de la sociedad, la diferencia está en que, como se ha puntualizado arriba, se trata aquí de las necesidades de habitación propias del ser humano —la habitabilidad— y no sólo de las fuerzas de los mercados y/o intereses creados.
Para los estudiantes de arquitectura de hoy, el destino cuando lleguen a ser profesionales es encontrarse capacitados para diseñar eficientemente edificios que a su vez sean eficientes y convenientes, dentro de un entorno de competencia si no ya entre arquitectos, sí entre promotores de inmuebles e inversionistas que son quienes al final consiguen la posibilidad de colocar los proyectos. Entonces, los estudiantes miran más por la demanda de “la sociedad” en términos de consumo, lo cual, además de no siempre resultar un reflejo de la realidad, diluye el perfil real de los verdaderos usuarios y beneficiarios de los edificios. Es el equivalente a un estudiante de medicina que se moviera de acuerdo a las tendencias marcadas por los mensajes mediáticos respecto a las características anatómicas deseables del individuo que está de moda; por ejemplo la silueta del cuerpo, la forma de la nariz, el vello en determinadas partes del cuerpo, etc., y dejara de lado los padecimientos reales de salud, que nunca faltan.
En el caso de la medicina moderna, afortunadamente, es el diagnóstico lo que ha marcado su razón de ser. Todo se mueve a partir de un estudio serio de las condiciones patológicas de un problema médico y las soluciones que aparecen lo hacen siempre alrededor de ese diagnóstico. En ocasiones las circunstancias son confusas y el diagnóstico tiene que modificarse de acuerdo a determinados factores cambiantes, pero lo que prevalece es la idea de fijar una identificación clara del problema, un diagnóstico confiable.
Sería muy adecuado que en arquitectura también se hablara seriamente del diagnóstico. De la identificación de problemas reales y concretos en sus adecuadas dimensiones. De la existencia de muchos casos que se quedan sin resolver por aparente falta de necesidad o apremio, mientras se discuten y consumen cantidades ingentes de recursos humanos y materiales en planteamientos superfluos o especulativos, tanto de iniciativa y financiamiento público como privado.
Sería muy bueno que los estudiantes de arquitectura conocieran de cerca la realidad del usuario de espacios arquitectónicos y sus condiciones (habitabilidad) y no sólo las condiciones de los mercados, las tendencias de moda, las innovaciones estéticas y de vanguardia, la alta tecnología, la arquitectura de autor, las estrategias políticas, la industria de la construcción, la promoción inmobiliaria, la colocación de créditos hipotecarios, etc. No se niega la existencia de estos últimos, pero el verdadero ejercicio profesional del arquitecto, la actividad vocacional con sentido humano, vienen más bien de conocer al destinatario de los proyectos. En definitiva, optar por introducir un verdadero diagnóstico en los estudios universitarios de arquitectura es abrir el camino para que los estudiantes encuentren su lugar de una forma más firme en la práctica verdaderamente ética de su profesión.