viernes, 9 de abril de 2010

Hacia una aldea común socialmente sustentable


Las ciudades de hoy día son consecuencia directa de la rápida transformación producida por el sistema capitalista de libre mercado. Tiene derecho a una parcela, a un habitáculo, quien tenga capacidad de compra.
Las estructuras físicas de las ciudades, reflejo directo de sus estructuras sociales, son muy claras. Así lo definen los códigos legales que las autorizan: además de la propiedad privada existen aquellos espacios y vías públicas que pertenecen al estado, es decir, a la comunidad para su uso y beneficio colectivo. Pero existe también lo que se denominan “asentamientos irregulares”, áreas que son invadidas y habitadas por individuos a quienes no pertenecen mercantilmente, y pisos ocupados sin las debidas enajenaciones o contratos de alquiler.
Se tiene derecho a ocupar un espacio si se tiene papel moneda suficiente para sufragarlo.
Al nacer, una criatura tiene ante sí el reto de llegar a certificarse como “persona habitadora” en la medida en que adquiera las credenciales culturales suficientes como para poder comprar el espacio donde irá a vivir.
La raza humana habita el planeta conjuntamente y la competencia por el territorio ha provocado más encono y división que unión y fuerza conjunta. Sin embargo, está visto que pueden existir otras formas de interacción en el planeta. Para los aborígenes de Norteamérica la tierra no era motivo de insidias. El hombre pertenecía al entorno físico y no se concebía que el territorio pudiera acotarse y distribuirse como si se tratase de una tarta. La tierra, el río, las montañas, las nubes pertenecían todos a un orden natural, no a quien osara adueñárselos.
Las organizaciones sociales de un hormiguero o un panal de abejas nos hablan de las posibilidades de co-habitabilidad armónica posible y constructiva. Potenciadora de individuos que contando con un medio construido física y socialmente sustentable, y acorde con sus necesidades, facilite el desempeño de toda una comunidad en pro de su desarrollo.
Las dimensiones sociales de la cultura occidental actual merecen una profunda revisión en términos de una adecuación hacia estructuras sociales más sustentables, como organismos vivos que incluyan a toda una comunidad en su conjunto. Se hace necesario, por ello, que la supervivencia habitacional digna sea un hecho garantizado previo a los arrebatos que establecen los mercados, como el de cualquier bien comercial.
Entre otras coyunturas de principio de siglo, estamos ante la necesidad de reformar la aldea humana como un refugio con un mínimo asegurable de dónde partir. Hemos alcanzado umbrales donde se hace indispensable inventar aquellos recintos construidos capaces de albergar comunidades completas donde, como premisas mínimas, quepamos todos y las diferencias empiecen más allá de la habitabilidad.

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